Un fantasma: la imagen de una persona despojada de su cuerpo, una huella sin dedo que baila en la hoja. En sueños, todos somos fantasmas, distintos y distantes del cuerpo que duerme y se inhibe, químicamente, de nuestra suerte. Vamos dándonos forma cada vez que pensamos en nosotros mismos, rodeando de ideas y recuerdos nuestro nombre. El argumento está en Byron, y es verdad: nada debe temer un hombre de un fantasma, pues nada hay en éste que no esté ya en él. Somos fantasmas que aún tienen cuerpo (y eso que salimos ganando). Nuestra identidad, sin embargo, reside en el Otro: el Doble fantasmal (alma, psique, consciencia) que, si por un lado consiente en ir tomando prestados los rasgos de nuestro espejo, por otra los amenaza siempre con la sonrisa de un pasajero exterior a la máscara. Una imagen, pero no una cualquiera: fasma o fantasma es aparición, algo que vive fuera del plano y se asoma inesperadamente por un rincón de la escena. El extrañamiento es doble: quien se observa está fuera de sí; el observador renuncia, en cuanto tal, a observarse. La reserva es la santidad misma: espíritu santo, fantasma sagrado, Holy Ghost. Curioso el tiempo invertido en hablar de la existencia (estar aquí afuera) de lo que por naturaleza está siempre allende, oculto, midiendo cada una de sus fugaces apariciones para nunca pillarse los dedos.
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Bonus track. Andy Mckee. El genio de la lámpara se pasa a a la guitarra:
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