Las cassettes de entonces (y el aparato que las lee) han aguantado lo suyo, pero se deterioran a ojos vista. Es hora de pasarlas a mejor vida. Da la sensación de que darían las gracias, si supieran. Tomo al azar una de las muchas que han ido quedando en mis manos (tengo vocación de archivero): es un ensayo (o quizá una selección de varios) de finales de los 90, con una atmósfera especial, muy relajada. El ruido de fondo es fastidioso, pero se aleja con un par de hechizos. Quedan los errores de interpretación (o de concepto), pero con esos hay que vivir: después de todo, el 95% de las grabaciones de Ciento Volando son maquetas rudimentarias o grabaciones caseras, y eso, aunque desesperante, es lo que hay.
El arreglo de la canción que traigo nació para teclado, pero en las casas no suele haberlos; saltó, pues, a la guitarra, y quizá ganó con ello. A dos guitarras, una de ellas acústica, las cosas acaban sonando con ecos de los primeros discos de La Dama Se Esconde o el In Between Days, y vive Dios que ese sonido me encanta.
La canción es 'una cara B' —que, si no las mejores, suelen ser las más cientovolanderas. Canta (y compuso) Daniel y puntea (tal hormiguita) el que suscribe.
Y a veces mi voz es una canción
inconclusa y confusa que se pierde sin más
y en la ventana relumbran las luces exangües del sol
después de la lluvia.
Y a veces no hay nada nuevo después,
ni siquiera el lamento de dormirse sin sueño,
es la trastienda de la vida enterrada, el baúl que dejé
a nombre de nadie.
Se ha corrido el rumor
de que el tiempo futuro será oscuro y peor,
mis canciones flotando en las alcantarillas,
ya se come esa rata la Canción Amarilla.
¡Ella y la lluvia!
Y a veces se nos escapa el amor
como sangre en las manos sin poder evitarlo,
es tan absurdo el preguntar la razón como echarse a llorar
o huir simplemente.
Y entretanto las canciones se van
con el caminar pausado que las caracteriza
y en la raya que separa el cielo del mar
van desapareciendo caminando sin prisa.
Se ha corrido el rumor...
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