El contorno del abismo llamó J. Benito Fernández a su biografía de Leopoldo María Panero, que exploro estos días. Con sentimientos encontrados: no creo que quepa otra. Sería moralista hablar de 'talento desperdiciado' (¿en dónde querríamos ponerlo a trabajar? ¿En Telefónica?), pero según avanzan las páginas, llenas de gracia, se percibe cómo una vida aventurera se va volviendo esclerótica, pasando del 'me arriesgo' al 'no me queda otra'. Casi todas las biografías tienen algo de esto (al avanzar a la muerte, / allí lo llaman progreso), pero en el caso de Panero se nota más que en el de otros. Pienso en Timothy Leary, del que también leí este mes su bio, auto en este caso: Flashbacks. El paralelismo tiene su aquél porque tanto Panero como Leary pasaron tiempo en la cárcel por acusaciones ridículas, con el claro propósito de doblegarlos. Ninguno se dejó, pero se diría que Panero acabó cogiéndole cierto gusto masoquista al encierro, a la limitación.
De todas formas, hay que estar de acuerdo con él en que de lo mucho bueno que escribió, probablemente su primera época es la mejor. Los cuatro o cinco años, o sea.
Las estrellas
El mar
una voz honda
una voz clara
Todo había amanecido
los trenes, las casas
una cabeza misteriosa
que aparecía
por todos los jardines
Por todas partes apareció
eso misterioso.
Entonces dije yo, es mi padre
dejadme y la gente pasaba
y los borrachos pasaban
yo me hallaba en la tumba
echado con las piedras, yo
decía
Sacadme de la tumba pero
allí me dejaron con los habitantes
de las cosas destruidas
que no eran ya más que
cuatro mil esqueletos.
Y mi corazón temblaba
pero era un sueño
que mi corazón lo soñaba
y fueron muriendo muchos soldados
de la guardia del Rey
pero mi corazón estaba temblando.
El mar
una voz honda
una voz clara
Todo había amanecido
los trenes, las casas
una cabeza misteriosa
que aparecía
por todos los jardines
Por todas partes apareció
eso misterioso.
Entonces dije yo, es mi padre
dejadme y la gente pasaba
y los borrachos pasaban
yo me hallaba en la tumba
echado con las piedras, yo
decía
Sacadme de la tumba pero
allí me dejaron con los habitantes
de las cosas destruidas
que no eran ya más que
cuatro mil esqueletos.
Y mi corazón temblaba
pero era un sueño
que mi corazón lo soñaba
y fueron muriendo muchos soldados
de la guardia del Rey
pero mi corazón estaba temblando.
2 comentarios:
Creo recordar que recitaba los versos finales de este poema, con un indisimulado orgullo, en una secuencia de «El desencanto». No sé lo que puede haber de verdad (completa) en la fecha de escritura. Felicidad, la madre, lo atestiguaba. Aunque no es difícil cambiar, a la vuelta de los años, unas palabras para darle otro vuelo a un texto. En todo caso, la escena tiene un poder premonitorio casi determinista. Un prodigio, ea.
Cierto ciertísimo, Alfredo. He actualizado la entrada para incluir esa escena de la película. El texto no coincide del todo, lo cual tiene también su interés.
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