El nuevo Pink Floyd no tardó en comprender que, aunque lo intentaran (Corporal Clegg, Paintbox), ni Wright ni Waters podían alcanzar a Barrett en su terreno. Con buen criterio (no les quedaba otra), se lanzaron a explorar otras formas musicales.
La banda sonora de More (película olvidada donde las haya) tiene algo de álbum de relleno y mucho de experimento fallido. Las piezas instrumentales son agradables y funcionan bien como música de fondo, pero pasan por el oído sin dejar huella. Entre las canciones propiamente dichas encontramos una excursión de juzgado de guardia por el heavy metal (The Nile Song). Por fortuna, las cuatro restantes son aciertos, algunos de ellos del quince.
Cirrus Minor, con su melodía que va descendiendo semitono a semitono, parece la digestión sinfónica de los experimentos cromáticos de Barrett: donde éste iba pegando inspirados guitarrazos, con alegre despreocupación por la armonía convencional, Waters y Wright crean un tejido de acordes inusuales pero completamente lógicos. Los paisajes estáticos (y extáticos) del órgano dan fe de un nuevo Wright, muy distinto al melodista travieso de los primeros singles: evocan la parte final de A Saucerful of Secrets y anticipan el lirismo pastoral del mejor Mike Oldfield.
Crying Song es una canción menor, pero deliciosa. Waters y Gilmour, cada uno en lo suyo, se salen: la melodía susurrante, como en duermevela, del uno, la guitarra hipodérmica, perfectamente modulada, del otro. Con los mismos materiales, pronto construirán Echoes y A Pillow of Winds.
Green is the colour es la composición más cercana al folk, si no al country: aunque sea obra de Waters, parece de Gilmour, que avanzaría en la misma línea con The fat old sun. Canción de campamento, en el fondo, con sus tres acordes mayores deliciosamente arreglados y previsibles.
Cymbaline es la gran canción del disco, un clásico incomprensiblemente orillado. La melodía, la atmósfera, la letra, todo tiene un encanto inolvidable. Hay cierta sinergia con Formentera Lady: canciones isleñas, con estrofas menores y estribillos mayores que hablan de subidón y lo reproducen musicalmente. No es raro que el tema ocupara durante bastante tiempo un lugar de honor en el repertorio de la banda, como parte de la suite The Man / The Journey, en la que Cymbaline representaba las horas febriles de una pesadilla. Es un lujazo escucharlo (¡y verlo!) en boca de Gilmour, aunque la versión del disco es, por su equilibrio, insuperable.
1 comentario:
Sonido Crimson, cierto.
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