jueves, 25 de mayo de 2006

Cifras arábigas


A veces pienso que estoy en la república de Babel que pintara Borges. Me toca, por ejemplo, atacar una montaña de solicitudes de ayuda, repasar declaraciones del Fisco para establecer la renta de una familia y comprobar si supera el nivel que el estado considera como situación de necesidad. Lo que descubro ya lo sé, pero esa conjunción de letra insegura y números de imprenta me lo pone, obsceno, ante los ojos. Hay en mi instituto una cincuentena larga de alumnos que pertenecen a núcleos de clase baja: inmigrantes magrebíes que recogen tabaco (mientras Europa lo permita), madres solteras, familias numerosas que parecen de otra época. Si esto fuera la periferia de una gran ciudad, habría que añadir otros grupos: poblaciones chabolistas, padres en la cárcel, milicias étnicas organizadas. Un Infierno que se asoma discretamente, y sobre el cual el Estado del Bienestar tiende una escueta alfombra ignífuga.

No sé si la derecha tiene algo que decir sobre esta gente, fuera del clásico que se jodan y espabilen. Los chavales, desde luego, espabilan, aunque no en la dirección que quisiéramos. Si uno es un tanto escéptico sobre la espontaneidad, hay que pensar que la opción que casi todos toman (abandonar el sistema al final de la Enseñanza Obligatoria, muchas veces sin título) es la que, en general, dictan las circunstancias. Todo ayuda: adolescentes que se siguen incorporando al sistema con poco o ningún español, figuras a imitar (el padre, el hermano mayor) que ejercen trabajos que no exigen educación superior. Triunfar académicamente en ese contexto supone singularizarse, desarraigarse. Si es lo que los padres desean para sus hijos, está muy lejos de ser lo que esperan. Para la mayoría, lo que nosotros consideramos fracaso escolar es el resultado normal: no supondrá un trauma —ni les impedirá acceder a alguna forma de empleo remunerado.

Cuando habría que pensar en categorías políticas, a mí me siguen aflorando las teológicas de Simone Weil: tras el combate de ricos y pobres, el de la gravedad (mecánica) contra la gracia (excepcional). La vocación del profesor no es ser parche de la injusticia social, sino asistir a alguno de esos pequeños milagros que tan bien describe Joselu en su blog. Que suceda lo inesperado. Entre tanto, ayudar a que se consume esta modesta redistribución de riqueza no está nada mal —aunque como profesores sólo nos garantice que ningún alumno podrá decirnos que no trae el libro porque su familia no ha podido permitirse comprarlo.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Al, perdone, si me habla de hacienda, yo sigo en las nubes.
"Nubes,
rúbricas de plenilunios
que el ábrego estival
no roza apenas...
La aurora borrará todas las huellas
que un pensamiento
de ti,
mi corazón
como adamar conserva".

Anónimo dijo...

Mi escasísima experiencia (por decir algo) en el terreno de la docencia se resume en unas prácticas que tuve que hacer en el Ramiro para sacar el C.A.P. No recuerdo bien en qué curso las hice (desde que quitaron el BUP y el COU mi desorientación es total y olvidé todos los temas del dichoso curso), pero lo que es seguro es que expliqué el nacimiento de la Edad Moderna en Descartes (“Discurso del Método” y algo de las “Meditaciones….”). En aquellas clases hubo un chaval que me sorprendió mucho y gratamente, por su asombrosa capacidad para moverse entre conceptos (cuestiones que para muchos, aún en quinto de carrera, no suelen ser fáciles y evidentes de apreciar, él las planteaba con tremenda familiaridad y rapidez).

Al terminar las prácticas el profesor titular del grupo me pidió que evaluara a los alumnos. Evidentemente me deshice en halagos y buenas calificaciones con este chaval. La fastidié pero bien. No me suspendieron de milagro. El titular me contó que aquel alumno era un caso perdido, suspendía todo, era conflictivo en las clases, pesadilla del resto del profesorado, centro de todas las broncas que se montaban en el instituto, y los padres pasaban del tema ampliamente. Achaqué mi fallo en la diana de lo que se espera una evaluación acertada a mi falta de experiencia y mi absoluta torpeza para el mundo de la docencia, aunque siempre he pensado que si aquel alumno era un caso perdido para el sistema educativo español, ya podíamos ir atándonos los machos bien fuerte.

Tu post me lo confirma, Al.

Anónimo dijo...

Ahora que le veo por aquí:

Qué va, qué va, Sr. Verle, lo mío es comadreo, más o menos estructurado, pero comadreo. El otro día me refería al proceder de los grandes sistemas. ¿Dinámicos? La titánica obra de Hegel es el apoteosis de ese tipo de sistema. Muy por encima: la evolución (sí, sí, EVOLUCIÓN) de la razón que a través de distintos estadios toma conciencia de sí misma, hasta llegar al punto culminante, en el que la razón adquiere su plena conciencia, es decir, comprende que TODO es una manifestación de sí misma, en la figura del Estado. En este sistema no existen las fisuras, las diferencias, las grietas ("supera" la contradicción cuando advierte que ese "otro" extraño es ella misma -razón-): existe un discurso capaz de cerrar TODO sentido en una idea homogénea. La versión techno creo que la tenemos, también muy por encima, en la escuela de los defensores de la llamada "psicología evolucionista". A mi modo de ver trabajan sobre el supuesto de que TODO puede explicarse como el ajuste del organismo al medio, siendo la evolución un proceso racional que engendra estructuras necesarias (no existe el "podría haber sido de otra manera"). Un concepto de evolución que supone un movimiento lento, constante y homogéneo, en el que no caben "las discontinuidades", "la irracionalidad", "el azar", "las grietas", "las fisuras" y "los recovecos" (que nos contaba ayer Al). Es decir, sistemas cuyas categorías, encargadas de configurar sentido, se imponen de manera única y relegan a la irrealidad (inexistencia) o al falso conocimiento, todo lo que no pueda ser encerrado en las variables del sistema (menos mal que hay algo de sensatez en el "equilibrio puntuado").

La pregunta es: ¿será capaz el pensamiento filosófico de desprenderse de su aficción a los grandes sistemas?

Anónimo dijo...

Qué mala afición tengo!!!!

Saludos!!!

Al59 dijo...

Brazil: usted recordará mejor que yo si es de Nietzsche aquello de desconfiad de los sistemáticos: la voluntad de sistema es una falta de honestidad.

Anónimo dijo...

Brazil, ya me gustaría tener a una comadre como Ud. Da gusto leerle aquí. Me llevo su post para estudiarlo, no sé si sabe las especialidades de cada uno, los de ciencias somos sistemáticos y dinámicos pero lentos...

Anónimo dijo...

Al: Nietzsche, el asistemático, nos proporciona muchas veces cobijo, pero dentro de un edificio que puede también producirnos pavor, como en un cuento gótico.

Anónimo dijo...

Perdone Al, no pude contestarle entonces, el otro día me refería a la belleza a costa del sufrimiento de otros (Benjamin). No era la belleza surgida a partir de la propia experiencia dolorosa útil en literatura.
Pequeñas vacaciones por ferias y saludos.

Al59 dijo...

Sr. Verle: ¿podría precisar eso de la belleza a costa del sufrimiento ajeno? De primeras, no parece que la una pueda surgir de lo otro. (Algo decía Bachelard sobre que el estiércol no explica la flor.)

Anónimo dijo...

Gracias, don Al, en nombre de la clase baja.

Al59 dijo...

Que se las den a usted, oh portavoz elocuente.