Para Isabel, que propuso el juego
Podemos considerar a Cayo Valerio Catulo (Catulo para los amigos) el primer poeta romántico del que tengamos noticia. Si le faltaran otros méritos, uno innegable sería haberse adelantado a su tiempo. Vivir en el siglo I antes de Cristo, veinte siglos antes de que surgiera el Romanticismo, no le impidió ser fiel a los postulados intemporales de este movimiento: utilizar el arte para conjurar sentimientos íntimos, poner la pasión por delante del cálculo y preferir morir (literalmente) de amor antes que resignarse a vivir sin él.
La vida de un enamorado de este calibre no se entiende sin la contrafigura de su amada, una mujer bastante enigmática de la que no nos ha llegado una sola línea, pero que vive para siempre en los versos del poeta. Tanto Catulo como ella pertenecían a la clase noble, y debieron de nacer en los mismos años, aunque ella era algo mayor: sabemos que él vio la luz en el año 84 a.C. en Verona, la misma ciudad (ya es coincidencia) en que otros dos jóvenes enamorados acabarían dándose muerte muchos años más tarde.
La mujer que Catulo amó tanto se llamaba Claudia (o, como se pronunciaba entonces, Clodia). Cuando él la conoció estaba ya casada, pero eso no impidió que ambos se atrajeran fuertemente desde el primer momento en que se vieron. Siguiendo una convención de la poesía amorosa, en sus versos ocultó su nombre, cambiándolo por otro que era todo un guiño. Lesbia, la llamó, como lesbia (de la isla griega de Lesbos) era la poetisa Safo, autora favorita de Clodia, alguno de cuyos poemas tradujo y adaptó al latín el propio Catulo.
Aunque nuestro autor cultivó con éxito la poesía narrativa, escribiendo unos notables poemas épicos de extensión relativamente breve (los epilios, de unos 500 versos), lo esencial de su obra son sus poemas de amor y desamor, casi siempre breves y concisos, devastadores. A través de ellos podemos seguir, como en una novela, la trayectoria de este amor tormentoso, pasando de los primeros escarceos a una pasión torrencial, correspondida; por desgracia, algo que no conocemos bien hizo que Clodia dejara de ser la amante entregada del primer momento para transformarse en una mujer caprichosa y hasta cruel (despiadadamente liberada, como la llama García Calvo) que engañaba al poeta con otros hombres y lo enloquecía con sus frecuentes desvíos, rechazándolo para después aceptarlo otra vez, y volver a abandonarlo cuando ya se creía a salvo. (Por supuesto, si lo sucedido nos lo hubiera contado Clodia, la perspectiva sería muy distinta: pero nosotros no tenemos más remedio que ver los hechos desde el punto de vista del amante despechado, que, después de todo, fue quien se tomó la pequeña molestia de hacer inmortal esta historia.)
De forma muy romántica, Catulo pasa del amor ilusionado a la desilusión y el desengaño más mordaces, sin por ello dejar ni un momento de amarla. Muere a los treinta años, en el 54 a.C., consumido por una enfermedad misteriosa, que quizá hoy llamaríamos depresión: no hallaba sentido a una vida vacía de la que prefirió desinteresarse, hasta dejarse ir sin oponer demasiada resistencia. Hay quien dice que se envenenó: y seguramente es cierto. Su veneno, eso sí, tenía seis letras…
Uiuamus, mea Lesbia, atque amemus,
rumoresque senum seueriorum
omnes unius aestimemus assis.
Soles occidere et redire possunt;
nobis cum semel occidit breuis lux,
nox est perpetua una dormienda.
Da mi basia mille, deinde centum,
dein mille altera, dein secunda centum,
deinde usque altera mille, deinde centum.
Dein, cum milia multa fecerimus,
conturbabimus illa, ne sciamus,
aut ne quis malus inuidere possit,
cum tantum sciat esse bassiorum.
Vivamos, Lesbia mía, amémonos,
y los rumores de los viejos serios
valorémoslos todos en un céntimo.
Morir y regresar los soles pueden;
tan pronto se nos va la breve luz
nos queda por dormir la noche eterna.
Dame mil besos, dame luego ciento,
mil más después y luego otra vez ciento,
luego incluso mil más, y luego ciento.
Cuando llevemos dados muchos miles,
confundamos la cuenta, no sepamos,
y que ningún malvado pueda aojarnos
cuando sepa que fueron tantos besos.
rumoresque senum seueriorum
omnes unius aestimemus assis.
Soles occidere et redire possunt;
nobis cum semel occidit breuis lux,
nox est perpetua una dormienda.
Da mi basia mille, deinde centum,
dein mille altera, dein secunda centum,
deinde usque altera mille, deinde centum.
Dein, cum milia multa fecerimus,
conturbabimus illa, ne sciamus,
aut ne quis malus inuidere possit,
cum tantum sciat esse bassiorum.
Vivamos, Lesbia mía, amémonos,
y los rumores de los viejos serios
valorémoslos todos en un céntimo.
Morir y regresar los soles pueden;
tan pronto se nos va la breve luz
nos queda por dormir la noche eterna.
Dame mil besos, dame luego ciento,
mil más después y luego otra vez ciento,
luego incluso mil más, y luego ciento.
Cuando llevemos dados muchos miles,
confundamos la cuenta, no sepamos,
y que ningún malvado pueda aojarnos
cuando sepa que fueron tantos besos.
4 comentarios:
Gracias por tu participación, al59, has hecho un post precioso. Me gusta mucho la explicación que has dado del poeta y de su pasión atemporal. Felicidades por ello. Disculpa que haya tardado en venir a tu página y poner en la mía tu referencia, es que se me desconfiguró la página ayer y aún sigo batallando - sin éxito - con ella. En fin. Gracias y nos veremos.
Gracias a ti, Isabel, por la idea y la gentileza. Cuando estas cosas se desconfiguran, a los profanos nos cuesta lo suyo recomponerlas. ¿No hay en tu foro algún técnico que le pueda echar un ojo a la plantilla?
Saludos, he venido por aquí otra vez.
Qué historia tan rara.
Dice que me quiere
pero que me odia.
En lo que se aclara,
si un día se muere
¡no culpéis a Clodia!
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