sábado, 7 de enero de 2006

De reyes y mendigos (el retorno)



Eran los proletarios, para Marx, ese rey del que se espera la vida, la curación del dinero y su miseria. Como aquellos hombres sucios del planeta de los simios. Quizá Adán fuera rey en el Edén, antes de ciertas conjuras capciosas. Según el premio Nobel Von Daniken, todos tenemos algún antepasado que fue edil o monarca en Lemuria o en Mu. Algo se sospechaba el buen Jesús, que sabía, como luego Rimbaud, que a cualquiera de nosotros se nos deben varias vidas: y que son los mendigos, los pobres de espíritu, la oscura vanguardia de una corte celeste, donde ya no habrá hambre ni sed de justicia.

Ponedlo delante o detrás. Nadie está libre de la sospecha de ser, sin saberlo, bisnieto o bisabuelo de reyes. Anda, ve y dile a tu madre/ que el mundo da muchas vueltas/ y ayer se cayó una torre. Pero la gente oscura, los marginados, son desde luego los más sospechosos; se parece la gracia a la peste, el oro y la mierda, la plata y el yeso. No hay dinastía que no tenga en su árbol, en alguna parte, un niño que llegó en mantillas, bajando en una cesta por el río, como todos llegamos a esta vida. No hay dinastía, en fin, sin un epígono, un último heredero del reino en ruinas, condenado a fregar los suelos.

Jesús mismo, Rey de Reyes, gusta de andar entre los pobres. A la puerta de un rico avariento/ llegó Jesucristo y limosna pidió/. Y en vez de darle lo que tenía/ los perros que había fue y se los echó. Y es que los poderosos sospechan de los pobres: deben ocultar algo. Anda el Príncipe arquetípico como una oscura dignidad o realeza diluida en cada pobre, en cada perdedor: como si guardaran los pobres, los oprimidos, un fragmento sin valor aparente del gran mapa del tesoro. Cómo no temer que los pobres se organicen, que vayan atando cabos, juntando fragmentos del mapa.

Siempre hace frío en los Palacios de Invierno. Al final uno termina devorando emparedados: Tomás Moro, Séneca, Biko. Las muchas esposas de Enrique VIII. Las otras tantas de Barbazul. Porque son todos los reyes impostores, interinos venidos a más, perros guardianes que han probado la sangre: senescales del rey de verdad, que se fue. Y esas cosas casi siempre se saben. Seguimos esperando el regreso. Que se apague la luz y que el sol se levante.

—Si yo no fuese César —pensó César—, sería sin remedio su asesino.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya sabía que había algo de verdad en que en un tiempo yo fui Ramses II, y desde entonces he estado descendiendo de esfera en esfera, hasta llegar aquí. Pero un día remontaré el vuelo, todo volverá a su origen, entonces ya veréis como el plomo se convierte en oro, y mi penuria en pletóricos gozos.

Al59 dijo...

Nos pagarán con oro por nuestras penas, dice el poeta. Ya lo veremos (asiente este ciego).

Anónimo dijo...

Antes de que les coma el trigue (disculpen, pero Lola tenía un gran arranque):

Si se trata de determinar el sueño, digamos que Stevenson iría al timón y B.B. King entonando "when I first met you, baby, you were just sweet sixteen". Aunque como son sueños marítimos, la cosa varía según sople el viento.

Lo que realmente me gusta, Al, es aquella idea suya de un Rey virtual, monarquía ciberespacial, de fotomontajes a todo color.

(Entre usted y yo: para fiestas de nuevo año la de ayer en el puerto. Viaje reparador).

Anónimo dijo...

No podía ser de otra forma. Un sueño intenso.

Anónimo dijo...

En el link bajo "asesino" dirijes a una página llamada "red científica". ¿Quiénes son? La página parece a medias muy interesante a medias cajón de imposturas intelectuales. ¿Alguna pista?

Hobbes

Al59 dijo...

Ni idea. No me he aventurado más allá de la página en cuestión, que me parece interesante por las citas generosas de la novela de Wilder.(El texto en cursiva es cita, de memoria, de esa obra.)