Siempre puede suceder. Siempre sucede. Hölderlin lo clavó: El hombre es un dios cuando sueña; un mendigo cuando reflexiona. Pero podéis leerlo también en las pintadas de los anarquistas: Reyes sí, pero en los cuentos. O en aquello que cantaba Camarón: Siendo un rey poderoso, soy un mendigo / si me faltan las llaves de tu cariño.
Testigo, aquél de Ítaca cuando arribó a su isla, de vuelta en verdad de todo, revuelto y devuelto por las olas. El primer rey-mendigo: Ulises a la puerta de palacio, esperando que los pretendientes le echen una migaja de su propia despensa.
Y es que Natura ama esconderse. Heráclito lo dijo. Aquellos versos que sabía Aragorn, y que tan bien resumen la incierta condición de la grandeza:
No siempre brilla el oro
ni todo el que anda errante va perdido.
No se marchita el viejo vigoroso
ni en la raíz profunda entra la escarcha.
De las cenizas subirá una llama,
asomará una luz de entre las sombras.
El hombre sin corona será rey;
de nuevo forjarán la espada rota.
ni todo el que anda errante va perdido.
No se marchita el viejo vigoroso
ni en la raíz profunda entra la escarcha.
De las cenizas subirá una llama,
asomará una luz de entre las sombras.
El hombre sin corona será rey;
de nuevo forjarán la espada rota.
6 comentarios:
La otra noche soñé con Hasufel, el caballo gris de Aragorn. Caimos juntos por un abismo.
Le pega: soñar con caballos de gran cilindrada y afrontar de buen grado el abismo. Usted que es experto en venenos: ¿no es probable que durante el ensueño el cerebro genere espontáneamente sustancias análogas a los mal llamados alucinógenos? ¿Es casualidad que los racionalistas de vía estrecha tengan sueños aburridos y deslabazados, malos viajes en definitiva, mientras los del bando contrario (permítame incluirle) nos lo pasamos pipa soñando?
Por los que nos lo pasamos pipa soñando, imaginando, evocando... Conexión de sueños, de cuentos, de historias... Seguimos.
En no sé qué Borges se contaba una historia de Alejandro recogida (o inventada?) por Graves. El Magno Monarca, derrocado no sé cómo ni por quién, termina sus días como pordiosero. Un día recibe una moneda caritativa (o desdeñosa; ya conocemos a Georgie); se la frota en la manga del harapo y reconoce su propia efigie troquelada en el metal. La historia es tan bella, sentencia Borges, que merecería ser cierta. Tienes las coordenadas del relato, Al? Recuerdas el pasaje?
El relato que cuenta tiene el perfume de El Inmortal (mi primer e inolvidable Borges), pero no figura allí. Hay una tradición similar sobre Salomón, derrocado por un genio maligno que le roba su Sello y convertido en mendigo. Fatigaré volúmenes, en cualquier caso.
En lo que encontramos la historia, téngame ésta, borgiana también:
—En el Punjab —dijo el mayor— me indicaron un pordiosero. Una tradición del Islam atribuye al rey Salomón una sortija que le permitía entender la lengua de los pájaros. Era fama que el pordiosero tenía en su poder la sortija. Su valor era tan inapreciable que no pudo nunca venderla y murió en uno de los patios de la mezquita de Wazil Khan, en Lahore.
Pensé que Chaucer no desconocía la fábula del prodigioso anillo, pero decirlo hubiera sido estropear la anécdota de Barclay.
—¿Y la sortija? —pregunté.
—Se perdió, según la costumbre de los objetos mágicos. Quizás esté ahora en algún escondrijo de la mezquita o en la mano de un hombre que vive en un lugar donde faltan pájaros.
—O donde hay tantos —dije— que lo que dicen se confunde.
—Su historia, Barclay, tiene algo de parábola.
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