lunes, 23 de enero de 2006

Lo que queda del día



Max Müller, sección arrinconados por el progreso. Para él, alemán decimonónico, la mitología era una enfermedad del lenguaje. Por una (venturosa) acumulación de malentendidos, la descripción de un amanecer o una puesta de sol se transformaba en las gestas y padeceres de dioses y héroes. Leyendo el libro al revés, el mundo se desembruja: los cabellos dorados del hada tornan meros reflejos del sol en las aguas tranquilas.
Hay grandeza en ciertos errores. Está claro que Müller tuvo una sensibilidad privilegiada. Atisbó como nadie antes la armonía y mutua influencia entre el vocabulario y el mito, y es comprensible que (tal Atenea o Ártemis desnudas) la visión de esta danza divina le cegara.
Esta noche pensaba en Hécate, diosa de las encrucijadas de tres caminos, de los trivios. Señora de las basuras (físicas y psíquicas), saca en procesión a las ánimas que no descansan en paz y, en tan grata compañía, degusta el festín de desperdicios impuros que, a modo de ofrenda, los mortales le dejan en el cruce de caminos.
Hécate es, también, señora de las pesadillas. Primer regalo de Müller: si, como nos enseñó Freud, todo ensueño se cocina con los Tagesreste, los restos medio crudos del pensamiento diurno, ¿a qué otra diosa podía corresponderle montar un infernillo o teatruelo con tales fiambres? Las encrucijadas son lugar predilecto de la picota o la horca, sumideros del Superyó, vertederos humanos: ¿cómo no esperar allí un hormigueo fatuo de gusanos, mandrágoras, malas conciencias?
Hécate es, también, diosa de la magia. El cruce de caminos, el trivio, es a la vez crucial y trivial: es el espacio de la coincidencia y el choque, cratofanías del caos propiciadas por cualquier cabo que, por banal, se dejó suelto.
Müller de nuevo, con sus palabras enfermas, las redes de metáforas que, como arañas, atrapan el sentido, lo acumulan, embalsaman, ocultan y transforman. Unas décadas después, sin citar el precedente, Lévi-Strauss dirá que el hacedor de mitos es un bricoleur, un artista del reciclaje que edifica sus relatos con los restos maltrechos de rituales y creencias. Otra vez la arañita. Ésa es la magia del mito: una conspiración de palabras no-muertas alegremente corruptas, un germen mutante que genera interpretaciones como quien cosecha aplausos o erupciones cutáneas. Cada intento de desactivar la bomba prolonga su detonación.
Inquietante (pero lógico) que, como cualquier ser vivo, un mito no tenga sentido, sino únicamente trayectoria. Su 'sentido' (sucesión de respuestas inmunológicas unidas por analogía, contigüidad y contraste) es la historia de una larga negociación, un constante cambio adaptativo.
Si se pudiera leer hacia atrás cualquier obra de arte (una rima de Bécquer, por ejemplo) encontraríamos también en su origen vivencias más o menos comunes que se quedan enquistadas en la psique, Tagesreste: el estiércol que hace posible la flor pero no la explica. Algo ha hecho del humus, del gusano, mariposa. No hay sueño sin guionista ni guiso sin cocinero. Llámalo (llámala) Hache.

5 comentarios:

Nicolas Gonzalez Serna dijo...

Muy interesante tu visión de Hécate como el sumidero del universo, como la tumba por tanto del sol y, al tiempo, el útero en el que se regenera para volver a emerger cada mañana. Ese sería el atributo que nos señala su antorcha, su calidad de diosa de los alumbramientos. Tumba y útero, es decir, la Nada de la que nacemos en tanto individuos y a la que volvemos cerrando el ciclo vital.

manolotel dijo...

Muy bien reflejadas las interrelaciones y sinergias entre la hiperrealidad los mitos y el lenguaje a que se refiere Max Muller y bien llevadas a ese terreno del encantamiento que tan bien conoces. Interesante el paso de la basura a la creación y su lectura inversa. Siempre es un placer leer tus bien documentadas disgresiones. Saludos Alejandro.

Al59 dijo...

Lycos: la destrucción de Hécate es orgánica. El suyo es un cementerio muy animado, una casa de citas, en cierto modo. También de llanto y remordimiento. En la película Dentro del laberinto (esa en la que David Bowie encarna al rey de los duendes) hay un momento en que, en mitad de su viaje por el inframundo, la protagonista se encuentra de repente de vuelta en la que parece ser su casa de cuando niña. Sin embargo, hay algo raro en la habitación, y cuando empieza a inspeccionar con cierta atención, todo se va cayendo a pedazos, revelándose un teatrillo montado con materiales de desecho. En la escena hay una viejecilla, entre hada y bruja, que intenta tranquilizar a la muchacha. Yo diría que ésa es Hécate, cuyos miedos tienen siempre algo de farsa, de tren de la bruja. Con todo, esos fondos sospechosos son el también el oro de la memoria, el lugar donde lo personal se funde (o al menos amalgama) con lo arquetípico. Si la forma del arte es consciente y luminosa, sus materiales (metamórficos) proceden del fondo del pozo. El humus, que decía Tolkien.

Al59 dijo...

Bienvenido, Manolotel, a estas tierras de penumbra. A ver si, con esto de mentar a Hécate, damos con un soneto que conjure a todos los que usted ya sabe de entre las sombras. Va siendo hora.

Anónimo dijo...

Muy atinada la relación que estableces entre Hécate y el origen de la creación artística, a tarvés de la comparada de Max Müller. Me gustó tu diferenciación entre "sentido" y "trayectoria", porque en esa diferencia se encuentra, según mi torpeza psicoperceptiva, el gran problema de la interpretación, en tanto que búsqueda y definición del sentido. Da la impresión de que determinada esfera conceptual, esquema para el establecimiento de ciertos sentidos, funda su condición de posibilidad en la consideración de categorizar la definición en imágenes estáticas de la vida, momentos de esa trayectoria, que, para poder ser articuladas en un lenguaje racional, deben abandonar todo intento de plasmar el movimiento, cambio, que implica una trayectoria no determinada. Decididamente, Heráclito vino a liarla.

Aunque sé que me he ido por las ramas de los olivos que bordean la A-4, dirección Jerez de la Frontera, termino con un apunte a raíz de tu comentario a Lycos. Me ha sorprendido tu indicación del "lugar en que lo personal se funde (o amalgama) con lo arquetípico", porque creo que ese lugar se establece en la filosofía kantiana en la contemplación de la obra de arte, o más exactamente, en el encuentro con "lo sublime".